Guillermo Jaim Etcheverry es uno de los hombres más lúcidos a los que se pueda recurrir para incomodarnos con preguntas si de verdad estamos interesados en el desafío que tienen los gobiernos y la sociedad en general para establecer un norte en la educación de nuestros hijos en este país.
La baja en el rendimiento educativo de los chicos está relacionada con factores que van mucho más allá de lo que pasa en el ámbito de la escuela; son productos de un cambio social que también arrastra a las aulas hacia una ciénaga.
Cada día se pierde un poco más “la riqueza, la complejidad y la diversidad del tesoro acumulado por la humanidad a lo largo de su historia” nos explicó Etcheverry en “La Tragedia Educativa”, un libro que ya es un clásico entre los ensayos de la literatura argentina.
Publicado en 1999, a poco del derrumbe institucional que sobrevendría al país, el libro fue un enorme llamado de atención a la sociedad en su conjunto, porque la reflexión iba mucho más allá de lo que pasa en las aulas y que se refleja en los resultados escolares, al fin manifestaciones de algo mucho más grave.
Nuestra pérdida de la capacidad de reflexión, de pensamiento crítico, la disolución de la autoridad, la homogenización cultural; todo nos acerca a una sociedad deshumanizada, la verdadera tragedia educativa de la que habló Etcheverry.
Si sus preguntas pueden felizmente incomodarnos, tal vez en sus respuestas encontremos certezas que valen la pena escuchar.
Daniel Poder: -La pandemia desordenó aún más el ámbito educativo de nuestros hijos. Los sacó de las aulas, profundizó la brecha de oportunidades entre quienes tienen herramientas tecnológicas en su hogar para seguir algún programa educativo y quienes ni siquiera tienen conectividad, y hasta los alejó del espacio en el que algunos accedían a una ración de alimento. ¿Qué significa la pandemia para un sistema educativo como el de nuestros hijos?
Jaim Etcheverry: – Al igual que en otras esferas de la actividad social, esta pandemia ha puesto en evidencia los graves problemas que atraviesa nuestra educación. Sobre todo, las manifiestas diferencias que existen entre los distintos grupos de nuestra población según su nivel económico y cultural. Quienes más necesitan educación son quienes menos la reciben y esto ha quedado crudamente expuesto en estos meses. Lo que nos está sucediendo agravará esos problemas, entre ellos, la deserción, ya que será muy difícil recuperar a los niños y jóvenes que han quedado al margen de las actividades supletorias que se están realizando recurriendo a las tecnologías de la comunicación y la información. Estas requieren una infraestructura técnica a la que no todos tienen acceso.
– Desde que comenzó la cuarentena, el Estado Nacional ha promocionado la incorporación de contenidos educativos en los medios públicos (tevé y radio). ¿Tiene opinión formada sobre esa medida y sus efectos?
– Jaim Etcheverry: – Con muy buen criterio las autoridades de los diversos niveles educativos recurrieron rápidamente a todos los medios a su disposición para intentar suplir la falta de actividad presencial. No creo que estemos aún en condiciones de evaluar los resultados de esas intervenciones pero tengo la impresión que tanto los padres como los chicos han comprendido que el aprendizaje no es el mismo que resulta de la actividad presencial. Esto es más evidente en las primeras etapas de la experiencia educativa. Una reciente encuesta realizada por el Ministerio de Educación de la Nación, confirma estas impresiones.
En la discusión entre docentes hay quienes sostienen que este es un año perdido. ¿Es así?, ¿Cómo se recupera?, ¿Por qué debe preocuparnos?
– Jaim Etcheverry: – Tampoco se puede concluir que este sea un año perdido. Entiendo que cuando se logre reanudar la actividad presencial, será necesario determinar en cada caso los aprendizajes logrados por los alumnos, el menos en los aspectos básicos de la educación: comprensión lectora y matemática que son las llaves para acceder a conocimientos más avanzados. Obviamente, el retraso de la educación de nuestros chicos y jóvenes tendrá serias consecuencias no solo para su futuro personal sino para el de la Argentina.
– El ministro de Educación de la provincia de San Luis, Andrés Dermechkoff ha propuesto un posible retorno de los chicos a las aulas el próximo 10 de agosto con la modalidad voluntaria, es decir que queda a criterio de los padres si envían o no sus hijos a la escuela. ¿Qué opinión le merece esta propuesta?
– Jaim Etcheverry: – La situación en las distintas jurisdicciones de nuestro país es marcadamente diferente como también lo es la estrategia propuesta para comenzar a normalizar la actividad presencial. Desconozco la situación de San Luis pero estimo que todo lo que se haga para favorecer el regreso de los chicos a las aulas es positivo. La incertidumbre es muy grande en todo el mundo donde se han ensayado las más diversas conductas. La prueba y el error han sido habituales en el manejo de la pandemia.
En la introducción de La tragedia educativa usted citaba la frase de Neil Postman: “Los niños son los mensajes vivientes que enviamos a un tiempo que no hemos de ver”. ¿Cómo son esos niños que en la actualidad estamos enviando a ese tiempo futuro?.
– Jaim Etcheverry: – Confío en que este estado de excepción se superará. Pero ya resulta evidente que, si algún efecto positivo tendrá lo que sucede, es una revalorización de la actividad de los maestros y de la importancia de la escuela en la formación de niños y jóvenes. Sin una alta consideración social de la tarea de enseñar, será imposible que el país logre saldar la deuda educativa que mantiene con sus ciudadanos, deuda que la pandemia ha profundizado.
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Información adicional:
En su distinción como Ciudadano Ilustre se mencionó parte de su trayectoria profesional.
Etcheverry es Médico con Diploma de Honor de la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde en 1972 fue premiado a la mejor tesis de doctorado en Ciencias Básicas.
Realizó estudios de posgrado en Suiza apoyado por la IBRO-UNESCO y recibió la beca Guggenheim. Se dedicó a la docencia y la investigación en el campo de la neurobiología. Ocupó todas las posiciones docentes en el departamento de Biología Celular e Histología de la Facultad de Medicina de la UBA, institución de la que fue Decano entre 1986 y 1990 y fue rector de la UBA entre 2002 y 2006.
Presidió la Fundación Carolina de Argentina. Recibió el Premio Maestro de la Medicina Argentina en 2001, el Premio Bernardo Houssay y la Médaille d´Or de la Societe d´Encouragemente au progres en Francia, entre otros galardones tanto nacionales como internacionales. Es editor de numerosas publicaciones y fue Premio Konex 2003 en Ciencia y Tecnología.
Investigador principal del CONICET y presidente desde 2018 de la Academia Nacional de Educación. Autor de «La Tragedia Educativa».