Despedida a un sabio humilde

Moriñigo acompaña a Mujica, ovacionado en El Ave Fénix.
13 de mayo de 2025

Por Víctor Moriñigo.

Rector de la Universidad Nacional de San Luis.

Asumí el rectorado de la Universidad Nacional de San Luis el 17 de septiembre de 2019. Al día siguiente, ya instalado en mi oficina, encontré entre los cajones del escritorio una carpeta olvidada por mi antecesor, Félix Nieto Quintas. Dentro de ella, había una carta dirigida al Frente Amplio de Uruguay. En ella, se expresaba la intención de otorgarle al expresidente José “Pepe” Mujica el título de Doctor Honoris Causa, la máxima distinción honorífica que puede conceder nuestra universidad, al igual que todas las universidades públicas argentinas.

Al conversar con Félix —con quien me une una gran relación de amistad— me confesó que nunca había mencionado la idea, porque le parecía casi imposible que Pepe aceptara o pudiera venir a San Luis. Había guardado ese deseo con cierta vergüenza.

Apenas un mes después, iniciamos las gestiones, impulsados también por nuestra política de internacionalización y los vínculos regionales. Pero la pandemia, en marzo de 2020, detuvo todos los planes. Retomamos el proyecto cuando comenzaron a llegar las vacunas y a reactivarse la vida social. Con el valioso apoyo de la Asociación de Universidades Grupo Montevideo, con sede en Uruguay, fuimos hasta la casa de Pepe a plantearle la propuesta, antes de llevar el expediente al Consejo Superior de la UNSL.

Lo encontramos en su chacra, arriba de un tractor, con una humildad que me recordó a la de mis abuelos en el campo sanluiseño, hace cien años. Mujica, con la camisa desalineada, las manos curtidas y la mirada serena, se sorprendió y emocionó cuando le pedimos autorización para usar su nombre. Nos dio su consentimiento y nos prometió que, si el Consejo aprobaba la distinción, vendría a San Luis.

Y cumplió.

A pesar de las recomendaciones de sus colaboradores —quienes veían improbable su visita debido a su frágil salud y a que no podía vacunarse—, Pepe honró su palabra. Vino a San Luis y desató una verdadera revolución. En solo quince minutos, se agotaron las 460 plazas disponibles del Auditorio Mauricio López, lo que nos obligó a trasladar su clase magistral al estadio Ave Fénix.

Compartí con él tres días inolvidables. Descubrí al hombre detrás del personaje: sabio, sencillo, coherente. Un verdadero filósofo de la vida. Mujica, junto a Lucía, su compañera, fueron ejemplo de entrega, de compromiso, de lucha. Fue un hombre que puso el cuerpo y el alma detrás de sus ideales. Gestionó su país con aciertos y errores —como él mismo reconocía—, pero siempre desde una profunda honestidad. Supo bajar los índices de pobreza e indigencia, y también comprendió que gobernar no es lo mismo que reclamar: lo entendió y lo vivió.

Renunció a su jubilación de privilegio, donaba la mitad de su salario a una escuela de su barrio, y todos los premios que recibió los repartió entre museos o amigos, como aquel que los exhibía en su fonda, “para ayudarle con las ventas”. De todo lo que le regalaron en San Luis, dejó la mitad aquí. Viajaba liviano, con una mochila mínima y un espíritu aún más ligero.

En su paso por nuestra provincia volvió a sentir, según él mismo dijo, la adrenalina de los cincuenta años. Se entusiasmó con los jóvenes, con la defensa de la educación pública. Aquí, en San Luis, también se sembró —creo— la semilla de la postulación de Yamandú Orsi. Aquí, Mujica volvió a soñar.

Hoy despedimos a un hombre extraordinario que nos regaló su presencia, su palabra, su enseñanza. Su visita fue histórica. Su legado, inmenso.

Como dice la canción: los hombres buenos también mueren. Pero algunos dejan una huella que el tiempo no podrá borrar.

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