Cómo se resetea el peronismo tras la condena a Cristina

La ex presidenta Cristina Kirchner, con un condena a 6 años de prisión.
11 de junio de 2025

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La política argentina vivió un terremoto silencioso. La condena firme a Cristina Fernández de Kirchner no sólo marca el final de una era. También abre, por primera vez en dos décadas, una zona franca de disputa interna que reconfigurará al peronismo como lo conocimos. Y eso, aunque parezca una obviedad, no ocurrirá de la noche a la mañana, hay que esperar que baje la espuma.

La figura de Cristina ha funcionado, desde 2003, como una bisagra entre la nostalgia del peronismo histórico y las aspiraciones ideológicas de un progresismo nacional-popular. Pero también como un cerrojo. Durante los últimos años, todo intento de renovación, debate interno o surgimiento de nuevas conducciones fue bloqueado por un aparato verticalista, emocionalmente idealizado, donde disentir era sinónimo de traición.

Con Cristina detenida o legalmente inhabilitada, ese orden se rompe. Y con él, se habilita algo más importante: la posibilidad de pensar el peronismo sin pedir permiso.

El fin del dedo, el comienzo del barro.

En términos estructurales, la condena de Cristina pone en crisis al último liderazgo de masas del campo nacional. La jefatura se desintegra sin traspaso claro. Massa está dañado pero siempre esta, los gobernadores desarticulados, La Cámpora aún no decide si juega a la resistencia o al repliegue territorial. El viejo verticalismo choca con un presente sin conducción. Y eso es nuevo.

Lo que viene es el barro: una disputa de poder interna entre generaciones, sectores sociales y estructuras territoriales. Hay dirigentes jóvenes, intendentes, líderes piqueteros, sindicalistas y movimientos sociales que esperaban este momento con cautela. No porque desearan la caída de Cristina, sino porque sabían que solo así podrían salir del congelamiento.

¿La calle será la trinchera?

El gobierno de Javier Milei, con su proyecto de desguace del Estado y demonización del peronismo, funcionará como catalizador. La presión del ajuste, el deterioro del tejido social y la escalada represiva serán terreno fértil para que el peronismo vuelva a hacer lo que mejor sabe: disputar la calle.

Pero atención: no será una movilización romántica. Las organizaciones sociales, los sindicatos y los movimientos populares saben que enfrente hay un gobierno sin matices, que no duda en apelar a las fuerzas de seguridad ni en legislar a fuerza de decretos. La calle será un campo de resistencia, pero también de riesgo.

Aun así, es probable que esa tensión genere algo valioso: una nueva épica política. Una narrativa postkirchnerista que se pare en las cenizas del modelo anterior, pero que mire hacia adelante. No se tratará ya de defender a Cristina, sino de reconstruir una identidad en diálogo con las nuevas generaciones.

El reloj de la historia.

El peronismo no desaparecerá. Nunca lo hizo. Pero tampoco resucitará como si nada. Necesita reinventarse, resetearse. Dejar de pensar en 2003 y empezar a hablarle a un país del 2025 que vive en TikTok, se informa por Instagram y ya no compra los discursos del pasado.

Y eso implica responder preguntas incómodas: ¿Qué es hoy el peronismo? ¿Un partido, un movimiento, una marca electoral? ¿Puede construir futuro sin anclarse en el relato kirchnerista? ¿Quién encarnará ese futuro?

Por ahora, nadie tiene esas respuestas. Pero una cosa es segura: con Cristina afuera del juego, empieza una disputa de poder real. Y como siempre en el peronismo, el que llega primero no es el más lúcido, sino el que mejor resiste el barro.

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