La primera imagen al bajar del tren fue decepcionante.
Llegaron a San Luis a tiempo para una cena tardía y notaron que a medida que avanzaban el país se volvía más hermoso, pero cuando bajaron del tren se decepcionaron porque solo vieron una casa de barro con un patio en el centro, sucio y sin pavimentar. El patio estaba rodeado de “viles agujeros”, como llamó Florence en su diario a las habitaciones sin ventanas ni pisos. “Las camas estaban sucias y el resto de los muebles eran una silla y una vasija para lavarse”. Así y todo, celebraron una cena cosmopolita e interesante, aunque Florence criticó con una rabia encendida el maltrato de los paisanos hacia los animales, el “mantel sucio, pero eso no es una sorpresa en la República Argentina”, y la comida “grasosa y aderezada con cebolla”. En la mesa se podía escuchar hablar en castellano, alemán, francés e inglés, y como si esta riqueza pluricultural no fuera suficiente, algunos comensales usaban poncho, prenda que llamó la atención de las muchachas. Después de la cena caminaron hacia la plaza de San Luis, que las cautivó por su belleza. El clima era espléndido, ya estaban a finales de septiembre y la vegetación y las flores se encontraban en su esplendor. Antes de dormir, un posadero diligente mató el aluvión de pulgas que reposaba en sus almohadas y así pasaron la noche.
A la mañana siguiente partieron en tren hacia La Paz, pero el motor se averió y tuvieron que aguardar en el camino a que enviaran otro de San Luis.
El fragmento resume la experiencia del paso por San Luis de Sarah (22, foto de portada) y Florence (20) Atkinson, en 1883, dos de las sesenta y un jóvenes señoritas estadounidenses que trajo Domingo Faustino Sarmiento entre 1869 y 1898 desde Estados Unidos para, en su sueño civilizador, alfabetizar el país.
Ninguna de ellas fue asignada a San Luis. Así lo refleja el libro de Laura Ramos “Las Señoritas, Historia de las maestras estadounidenses que Sarmiento trajo a la Argentina en el siglo XIX”, editado este año por Penguin Randon House Grupo Editorial, y que recrea con maestría la vida de esas jóvenes mujeres en Argentina.
Sin embargo hay una carilla en la que cuenta el pasaje de esas Señoritas por San Luis.
Quisiéramos que hubiese sido más, pero la extensión es acorde al fugaz tránsito hacia su destino final, San Juan, que quedó registrado en sus cartas y que ahora forma parte de este libro muy recomendado para conocer los inicios de la educación normalista en Argentina.
Esas 61 “señoritas” llegaron para enseñar a San Salvador de Jujuy, San Miguel de Tucumán, San Fernando del Valle de Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, Córdoba, Rosario, San Nicolás de los Arroyos, Azul, Mercedes, La Plata, Concepción del Uruguay, Paraná, Goya, Corrientes, Esquina y Ciudad de Buenos Aires.
Las hermanas Atkinson no tenían título de maestras, pero habían estudiado latín y lenguas europeas contemporáneas en la Escuela para Jóvenes de Miss Park de Nuevo Brunswick, Nueva Jersey; y su destino sería San Juan. Sarmiento no se permitiría no hacer de su provincia natal una cuna de maestras, le escribió a su sobrina Victorina, hija de Procesa, una de sus 15 hermanos.
Cuatro décadas antes de la travesía de estas dos jóvenes por tierras puntanas, en 1826 y durante una residencia de un año en las sierras de San Luis, el propio Sarmiento había enseñado a leer a seis jóvenes familias pudientes, el menor de los cuales tenía 22 años, cuenta en su obra “Facundo, o Civilización y barbarie en las pampas argentinas”, y en la que incluye otras referencias a su presencia en suelo puntano en 1838.