Todo lo que explota en el Líbano

La explosión de una serie de bíperes y walkie-talkies que eran utilizados por miembros de la milicia chiíta Hezbolá dejaron un saldo de decenas de muertos y miles de heridos. El ataque atribuido a Israel viola las leyes de la guerra y amenaza al conjunto de la población libanesa.
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22 de septiembre de 2024

Por Merin Abbass.

Es director de la oficina de la Fundación Friedrich Ebert en el Líbano. Anteriormente fue jefe de la oficina de la FES en Libia. Estudió ciencias políticas y relaciones internacionales en Alemania e Inglaterra.

 

Esta semana el Líbano sufrió uno de los mayores atentados de los últimos años. La explosión de bíperes y walkie-talkies ha dejado hasta ahora un saldo de 37 muertos y más de 2.900 heridos en diversas regiones del país. Entre las víctimas no solo hay funcionarios de la organización terrorista proiraní Hezbolá, como informan muchos medios de comunicación occidentales, sino también civiles, incluidos niños y personal médico que se encontraban cerca de los dispositivos que estallaron. El Líbano sufrió los dramáticos ataques durante dos días. Justo cuando la conmoción inicial de las sangrientas escenas del martes se estaba disipando, una segunda ronda de atentados sacudió la capital y otras regiones del país. Las imágenes de explosiones en los funerales de los fallecidos el día anterior dominaron las noticias.

Todas las pistas conducen al Mosad, el servicio secreto israelí. Pero, tal como sucedió en casos similares, el gobierno israelí no ha hecho ninguna declaración pública sobre los atentados. El caso tiene, también, implicaciones transfronterizas: desde Taiwán hasta Hungría, pasando por Japón, los analistas intentan averiguar cómo, dónde y cuándo fueron manipulados los bíperes y los walkie-talkies. El mensaje que Israel intenta transmitir es que ningún lugar es seguro.

El martes por la tarde, cientos de ambulancias trasladaron a los heridos y los muertos a los abarrotados hospitales de todo el país. Los militares intentaron en vano despejar las calles de Beirut y otras ciudades para que las ambulancias pudieran pasar por las estrechas y atestadas calles. El sistema sanitario, ya al borde del colapso, se ve ahora amenazado por una sobrecarga total. El Líbano está en estado de guerra. Durante 11 meses, la guerra se limitó al sur del país, pero ahora ha llegado a las calles de Beirut y Sidón, donde ya está a la vista de todos.

La sociedad libanesa, conocida por su resistencia, siente ahora pánico. Los atentados y la forma en que se llevaron a cabo han conmocionado a los libaneses. Muchos recuerdan el 4 de agosto de 2020, cuando toneladas de nitrato de amonio explotaron en el puerto de Beirut una tarde de verano y provocaron una situación catastrófica en la ciudad. Es la primera vez desde el comienzo de la guerra en Gaza y del subsiguiente ataque de Hezbolá contra Israel producido el 8 de octubre de 2023, que todos los libaneses tienen miedo. Sienten que la guerra puede afectar a cualquiera y que nadie está a salvo, ya sea cristiano, sunita, chiíta o partidario de Hezbolá.

La preparación y la ejecución precisa del ataque demuestran la superioridad técnica tanto de los servicios secretos como del Ejército israelí sobre Hezbolá, que cuenta con 100.000 combatientes y un arsenal de misiles muy bien abastecido, pero que está lejos de tener capacidades técnicas similares a las de Israel. El ataque puso de manifiesto la debilidad y vulnerabilidad de la milicia chiíta, que cuenta con el apoyo militar de Irán. Muchos se preguntan cómo es posible que miles de estos bípers pudieran importarse al país y circular sin que se advirtiera ninguna manipulación previa.

Militarmente, el ataque fue un éxito para Israel y sus servicios secretos, pero moralmente y desde la perspectiva del derecho internacional, la acción es cuestionable. Y es por ello que la comunidad internacional discute la legalidad de estos ataques. Incluso si Israel pretendía atacar a miembros de Hezbolá, no podía saber quién resultaría herido o muerto en las miles de explosiones. En definitiva, ya no podía controlar la distribución de bíperes equipados con explosivos. De hecho, muchos civiles murieron o resultaron heridos en los atentados. De este modo, Israel violó de manera clara las reglas que habían sido respetadas informalmente entre las partes en conflicto, con consecuencias imprevisibles.

La escala nacional de los ataques ha provocado que los libaneses de todo el mundo estén preocupados por la posibilidad de que se produzcan ataques similares. Se preguntan si sus teléfonos, computadoras portátiles y otros dispositivos tecnológicos podrían verse afectados. Este es otro episodio de daño psicológico que se suma al trauma experimentado por muchas personas en el Líbano. Después de todo, los horrores de las numerosas guerras del pasado aún no se han superado y las dramáticas escenas de la explosión del puerto aún están frescas en la mente de muchos libaneses. Los atentados también causan gran temor entre la población civil porque se supone, con razón, que podrían ser el preludio de una invasión a gran escala o de una ampliación de los combates con Israel. Las declaraciones de Israel contribuyen a alimentar aún más el miedo.

Pero a pesar de las consecuencias negativas de estos terribles ataques, que no deben subestimarse, existe también un sentimiento de unidad entre la población libanesa. Desde el punto de vista humanitario, la solidaridad se ha manifestado a través de las numerosas donaciones de sangre –interreligiosas–. Los hospitales de todo el país han acogido a los heridos, incluidos los de los barrios y regiones de mayoría cristiana. Sin embargo, la solidaridad no debe malinterpretarse: es solidaridad con la gente, con los heridos, y no con Hezbolá. No se trata de solidaridad política. Los atentados de los últimos días se perciben como un ataque contra la sociedad libanesa en su conjunto y no solo contra la milicia chiíta. En tiempos de guerra, la gente siempre se ha mantenido unida. Este fenómeno no es nuevo; después de todo, la sociedad libanesa, que también sufre la crisis económica, vive ahora su séptima guerra con su vecino del sur.

Sin embargo, desde una perspectiva política y estratégica, muchos libaneses ya no están convencidos de la estrategia de Hezbolá en esta guerra. En las calles de Beirut se producen diversos debates sobre las iniciativas que serían necesarias para poner fin a esta confrontación sin sentido. Muchos ciudadanos que rechazan las acciones de Hezbolá consideran igualmente importante que la comunidad internacional mantenga o busque nuevos canales de comunicación con este grupo. Al mismo tiempo, parece cada vez más necesario que se produzca un aumento de la presión sobre Israel para que no abra un nuevo frente y priorice la protección de los civiles en sus ataques contra el Líbano. El líder de Hezbolá, Hasan Nasrallah, ha vuelto a insistir en que el alto el fuego en la Franja de Gaza es clave para calmar la situación. Sin el fin de los combates en Gaza, no habrá calma en el Líbano en un futuro previsible. La atormentada sociedad libanesa no desea otra cosa.

Nota: la versión original de este artículo, en alemán, se publicó en IPG el 20/9/24 y está disponible aquí. Traducción: Ingrid Ross

* También disponible en Revista Nueva Sociedad aquí.