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Alberto Rodríguez Saá replica una vieja receta de su repertorio político.
En 2005, a tan sólo dos años de haber asumido como gobernador, Alberto Rodríguez Saá forzó a los jueces a firmar una renuncia anticipada para condicionar sus fallos futuros.
El entonces ministro de la Legalidad, Sergio Freixes, quien años después se convertiría en lonko, fue el encargado de llevar a cabo esa práctica. Recibía a los futuros jueces en su despacho y les exigía firmar una renuncia en blanco, argumentando razones personales.
Ese escándalo dejó a Freixes en una complicada situación judicial, que hoy lo tiene al borde de la prisión.
Veinte años después, la misma práctica.
Ya desalojado de la gobernación, Rodríguez Saá repite la misma estrategia, pero ahora con candidatos de la alianza Frente Justicialista.
A algunos postulantes les exige una renuncia anticipada a su banca legislativa. La condición es clara: si sus votaciones contradicen la voluntad política de Rodríguez Saá o deciden abrir nuevos bloques por afuera del Justicialismo, su renuncia se ejecutaría, como si las bancas fueran del partido y no de las personas, discusión que quedó saldada en la Revolución Francesa.
Una versión detallada indica que un escribano fue convocado para recolectar las firmas de varios candidatos. Según fuentes que hablan con DePolítica, ese mismo escribano sabía que los documentos carecen de valor legal, pero no pudo evitar responder al llamado de Rodríguez Saá.
El control sobre las listas electorales.
El propio Rodríguez Saá planteó esa exigencia en la sede partidaria. Luego, en un acto simbólico, guardó las renuncias en una caja fuerte.
Este mecanismo explicaría por qué algunos nombres quedaron fuera de las listas y otros fueron incluidos. Dicho en pocas palabras: los que se negaron a firmar, no son candidatos.
Este argumento sirvió para justificar la conformación caprichosa de las listas, que excluyó a dirigentes de trayectoria y dejó muchas preguntas sin respuestas.
¿Un engaño para sembrar desconfianza?.
¿Acaso fue ese argumento un engaño para sembrar la semilla de la desconfianza sobre el resto de los dirigentes y evitar tener que dar explicaciones?.
Más allá de la maniobra, el episodio revela la visión de poder de Rodríguez Saá. Expone su idea de que el Partido Justicialista es sólo una herramienta para su beneficio personal, sometida a sus reglas y decisiones unilaterales.
También deja en evidencia el trato despectivo y humillante hacia sus propios dirigentes, quienes deben aceptar imposiciones sin cuestionarlas.
Pero, sobre todo, muestra su temor ante una inminente nueva derrota electoral. Rodríguez Saá enfrenta el riesgo de que el éxodo dirigencial continúe debilitando su espacio, tal como ya ocurrió en la Legislatura, donde su mayoría se redujo drásticamente en pocos meses.
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