La decadencia a la que la actual conducción partidaria ha llevado al PJ de San Luis bajo la tutela de Alberto Rodríguez Saá es de tal magnitud que la expulsión partidaria del diputado Alberto Leyes no movió la aguja. Y no porque sea menor el peso político de un hombre cuyo apellido ha sido sinónimo del PJ en el departamento Belgrano durante años, sino precisamente porque el propio nombre del partido parece que ya no dice nada.
El 11 de junio quedó demostrado que una superestructura vacía de contenido político no alcanza para nada. Y a eso se parece hoy, y bastante, el otrora invicto Partido Justicialista de San Luis.
Así que, si esa es la suerte con la que quedarán emparentados los legisladores peronistas que se han alejado y se están alejando del bloque oficial -se les hace imposible defender el nivel de locura política de un jefe enceguecido tras la derrota en las urnas- digamos que, expulsados del partido, salvarán su honor.
Es cierto que la responsabilidad va en sintonía con el lugar que cada uno ocupa o lo que ha hecho, y esto en línea con la idea de que este proceso de vaciamiento no empezó de un día para el otro.
Ni el 11 de junio pasado, aunque desde entonces fue el desmadre liso y llano; ni en 2019 cuando echó del partido con la Policía a su hermano Adolfo. ¿Fue 2015 acaso un punto de partida?. Tal vez todo empezó mucho antes y pocos lo vieron, o lo vieron y miraron para otro lado, como cuando armó el PUL y ningún dirigente puso límites.
Mucho antes tal vez se pueda encontrar indicios de lo que vendría, y del lugar que cada uno se reservaba para el futuro en la medida que actuaba siguiendo el guión unipersonal que escribía Alberto Rodríguez Saá.
Qué lejos quedó aquel orgullo de los dirigentes peronistas de San Luis que en los 90 comparaban los porcentajes de votos que sacaban en cada elección con los resultados obtenidos por el PJ en otras provincias.
Del partido invicto, a la virtual desaparición. De la construcción colectiva, a la destrucción individual.
Como sea, a nadie le extrañaría que exista un paralelismo entre el Estado quebrado que dejará Alberto Rodríguez Saá y las cuentas del Partido Justicialista. La mayoría de los funcionarios hoy deben hacer sus aportes a las arcas de «Es Posible», el partido que preside su secretaria, Josefina Aldana y desde donde periódicamente salen fondos que van a direccionados a la líder Tupac Amaru, Milagro Sala, fetiche del gobernador puntano y con quien suele pasar Navidad.
Este es el estado de situación del PJ a 15 días de la elección.
Han desaparecido las cuatro ramas que históricamente motorizaron al partido desde 1983 a la fecha.
Ni la rama Gremial, ni la Política, ni la Femenina, ni la Juventud se ven trabajando en la campaña del oficialismo.
Con excepción de las reuniones que se han conocido a través de las redes sociales del candidato a senador Fernando Salino no aparece otro movimiento en la superficie. Si hasta Pipi Alí ha desaparecido de la pantalla de Canal 13 con la propaganda de su candidatura.
También los intendentes están desaparecidos. Se nota en los nueve departamentos de la provincia. No hay compromiso. Y tal vez eso sea el reflejo de lo que derrama el Gobernador que sólo ha dicho que acompaña al «señor Massa». Demasiado poco para lo que Unión por la Patria necesita en San Luis.
Apenas alguien podría dar cuenta de que fue a comer unos choripanes hace algunos días a Naschel y luego hizo una aparición virtual en Concarán.
Tras hacer la peor elección de su historia cuando en agosto sacó el 18,08% hay pocas señales de un relanzamiento que ilusione con un triunfo. Por lo contrario, apenas algunos dirigentes se animan a hablar de discutir por el segundo lugar con Juntos por el Cambio. El resto busca cobijo en alguna oficina estatal.
Nada es casual.