1. La mala gestión de gobierno.
Los indicadores de la gestión de gobierno provincial son los peores en muchos años. La pobreza alcanzó al 44,3% de los puntanos. Siete de cada 10 niños están en esa condición. La desocupación y la inseguridad son flagelos que azotan a la sociedad. La agenda de prioridades de la gestión ha estado a contramano de las urgencias de la sociedad.
Sus funcionarios quedaron envueltos en escándalos por violar las restricciones impuestas por el propio Gobierno en plena pandemia, o denunciados por violencia de género y otros abusos. Dos hombres que responden políticamente al Gobierno terminaron presos: uno acusado por robo en una casa, por haber violado la prohibición de acercarse a su ex pareja y haber incumplido con las medidas preventivas para evitar la propagación del coronavirus; el otro, por un femicidio. Nunca hubo tantos funcionarios envueltos en casos policiales.
2. Su identificación con el kirchnerismo.
Aunque el Gobierno lo negara fue evidente su giro ideológico-discursivo hacia el kirchnerismo. Lo demuestra su radicalización y su agenda. Nunca hubo tanta relación más allá de la vinculación institucional, entre la Nación y la Provincia. Los apoyos de Rodríguez Saá a Milagro Salas, su vínculo con Gabriel Mariotto y otras figuras emblemáticas del kirchnerismo como Julio De Vido nos eximen de otro comentario. San Luis es uno de los distritos en donde peor consideración hay sobre el kirchnerismo.
3. La unificación de la fecha con la elección nacional.
Rodríguez Saá se pegó a la elección nacional y la ola lo arrastró aún más. En aquellas provincias en las que los gobernadores adelantaron su elección, el oficialismo salió victorioso.
Corrientes: fue reelecto el Gobernador, Gustavo Valdés.
Salta: el Gobernador Gustavo Saenz logró una victoria de su lista de diputados nacionales.
Jujuy: el Gobernador Gerardo Morales se alzó con una victoria en las legislativas provinciales.
Misiones: el oficialista Frente Renovador se quedó con el triunfo en la legislativa provincial.
4. La falta de figuras políticas más allá del Gobernador.
La promocionada renovación dirigencial de la que habla Alberto Rodríguez Saá se ha traducido en la desaparición de figuras políticas dentro del oficialismo para jugar el juego grande. Pese a haber candidateado a los funcionarios que tenían mejor imagen, claramente no alcanzó. Desde su triunfo en 2019, su figura lo eclipsa todo, y ya no alcanza.
5. La mala estrategia de comunicación.
Al millonario gasto en propaganda le falta cerebro. La única estrategia ha sido saturar redes sociales, medios de comunicación radiales, televisivos, webs, y cartelería pública, a un nivel invasivo, se diría ofensivo. Ya desde aquellas lúgubres puestas en escena que se hicieron para los reportes del Comité de Crisis se notaba esa carencia. Más, los funcionarios tienen que pedir permiso para hablar y sólo responden a medios condicionados por la pauta publicitaria, mientras la verdadera agenda de interés social estalla en las redes sociales a la par de los avisos de comunicación institucional. Totalmente desconectados.
6. La ruptura con todos los espacios políticos aliados.
Valiosos dirigentes y espacios políticos que siempre formaron parte del gran armado del frente Justicialista fueron dejados de lado fruto de la radicalización de Terrazas del Portezuelo. No hubo lugar para las colectoras. Esos espacios jugaron solos, y ahora se notó cuánto aportaban para las victorias del Justicialismo puntano. Unidos somos invencibles, solían argumentar con razón.
7. La falta de militancia y trabajo de los funcionarios.
Fueron los grandes ausentes en el terreno de batalla política. Los resultados lo demuestran.
De no ser los funcionarios de Salud -absorbidos por la gestión durante la pandemia- y la conducción Policial -aún en plena crisis de inseguridad-, el resto del Gabinete hizo la plancha. Faltos de compromiso y ya en campaña, apenas caminaron alguna que otra calle y creyeron que el trabajo terminaba con una selfie compartida en las redes sociales para decir presente. Otros, a juzgar por las fotos que compartieron, tomaron su visita a los barrios simpáticamente, casi como en un visita de entretenimiento. Creyeron que con dos meses de trabajo antes de la elección ganaban.
8. La marginación de sectores históricos del PJ.
La radicalización de Terrazas, la suma del poder público, los armados de listas y su cerrazón sobre un puñado de amigos, marginó a sectores que históricamente formaron parte, ya del gobierno, ya de las listas de candidatos. Un claro ejemplo de ello es la falta de figuras gremiales en el armado político. Los dirigentes con más experiencia se han sentido muy maltratados por el Gobierno y el PJ -convertido en un sello del Gobierno-, y se lo hicieron saber.
9. La pésima elección de otras fuerzas opositoras
Rodríguez Saá confió que alcanzaría con fragmentar la oposición política en mil pedazos. Propició su división. No ahorró elogios para el radicalismo, lo alentó. Hubo una sobreactuación que incluyó abrazos en la Plaza Independencia. Les estaba dando un abrazo de oso y el electorado se dio cuenta. Por eso la cosecha de votos del radicalismo fue la peor desde la vuelta de la democracia a la fecha. En Terrazas esperan que alguien, que tiene nombre y apellido, dé las explicaciones del caso.
10. El desgaste de un proyecto político con casi 40 años.
Con virtudes y defectos, la sociedad de San Luis ha escuchado el apellido Rodríguez Saá desde 1983 a la fecha. Y eso no es gratis en ningún lado. Menos aún cuando ya no quedan vestigios de lo que fueron las políticas que encumbraron ese proyecto político y definieron el nacimiento de un “modelo San Luis”.
La excepcionalidad de 2017 fue eso, una excepcionalidad a los ojos de encuestadores y analistas.
Los núcleos de consenso del oficialismo, lejos de ser mayoritarios, son cada vez más débiles. Por segunda elección consecutiva -2019 y dos veces en 2021-, el voto opositor es mayor que la adhesión al oficialismo, con el agravante de que esta vez se concentró en un solo dirigente.