Rodríguez Saá puso en marcha un plan para vaciar las arcas del Estado antes de irse.

La épica del resentimiento

Los últimos días en el poder.

Por Colaborador.

El resentimiento es una náusea emocional. Un furor amargo que sube y baja a la vez que inunda la garganta de bilis y la mirada de sangre. Consideramos que hemos sido agredidos o vivido una situación injusta y solo nos queda la hostilidad como respuesta a un dolor que se encapsula. Es difícil esta etapa, señala la psicología, tanto para el doliente como para su entorno. Sin descontar que las consecuencias físicas pueden ser graves si quien atraviesa este re-sentir es una persona mayor de edad.

Desde el 11 de junio, Alberto Rodríguez Saá es rehén de esta lógica víctima-victimario y señala al pueblo de San Luis como el responsable de su padecer. La evidencia de este diagnóstico se materializa en el análisis de que todas las medidas posteriores a esta fecha han estado signadas por los gestos del revanchismo y la venganza. En este contexto de malestar personal, las sutilezas y cuidados de los protocolos de la gobernanza desaparecen, y castigar y someter se imponen como tarea diaria.

Baste mencionar que ha sido el único gobernador saliente en todo el país que no se ha contactado con el gobernador electo, que malgasta los ahorros de los ciudadanos sin contemplación por el futuro de la provincia y que desafía la convivencia social con las dádivas de los últimos privilegios en cargos públicos y sueldos desmedidos. Es fácil prever que no participará en persona del acto de traspaso de mando que determina la tradición democrática que inviste al nuevo gobernador.

¿Pero es lícito que Alberto Rodríguez Saá se sienta agredido o víctima de una injusticia o traición? ¿Es verdadero acreedor de un dolor que debe ser reparado por alguien? ¿El pueblo de San Luis le debe algún tipo de disculpa? ¿Y aún si así fuese, lo cual es inverosímil, lo mismo puede él despilfarrar y destruir lo que pertenece a todos? ¿O a fin de cuentas como observamos, estos atropellos no son más que el síntoma ineludible de un resentimiento activo que a la vista de la sociedad se traduce en un comportamiento caprichoso e inmaduro?

Hace unas semanas, el prestigioso psiquiatra y psicólogo Juan David Nasio, quien visitó la Argentina, recomendaba que en las relaciones de pareja se debe evitar que perdure el enojo. Sugería que después de una discusión hay que esperar un tiempo, por ejemplo, media hora, y uno de los integrantes debía preguntar algo sencillo que sirviera para romper la tensión. “No viste donde quedaron mis anteojos?”. Un pequeño gesto de humildad, de amor, si lo que se busca realmente es sostener la relación, preservar lo que se quiere.

En este momento de la historia es sencillo advertir que la indulgencia del poder ha obnubilado a Alberto Rodríguez Saá, quién en el momento propicio para la conciliación optó por lastimar. Muchos advierten que este enojo es de larga data, pero detrás de estos últimos cien días de gobierno pueden observarse con claridad las reacciones de una épica embravecida que arrastra en su desborde todo lo que puede con él. Somos testigos del final de las máscaras y las imposturas, de los discursos y gestos que se vacían: asistimos al crimen pasional de su mentada “puntanidad”.

La historia está llena de hombres que se enamoran de sus errores y pasan su vida intentando justificarlos. Hombres re-sentidos por el fastidio de la incomprensión de su tiempo. Hombres atrapados al infausto momento en que los envolvió la soberbia y lo ungió con un relato, qué por sostenido en el tiempo, confundieron con la historia. Hombres que siempre quieren inventar su bandera y olvidan la de todos. Pobres hombres poseídos por la ira que ojalá algún día puedan pedir disculpas.