Hay una muy bonita metáfora que habla de sabios de cuyas bocas las palabras salen congeladas, y que sólo con el paso del tiempo y ya descongeladas, es posible comprenderlas.
Ayer en cambio, parece que estuvimos frente a un sabio pero de palabras calientes, que queman de urgencia. Y esto, aún cuando su presencia entre nosotros sólo pueda ser dimensionada con justicia con el paso del tiempo, si es que lo logramos. Estuvimos cara a cara con Pepe Mujica.
Es que si uno intenta encontrar algún hecho de esta envergadura, tal vez haya que llegar hasta aquel frío martes 25 de junio de 1996, cuando la provincia de San Luis fue sede del encuentro de presidentes del Mercosur. En su imposibilidad de repetirse radica esa condición única, histórica.
Ese día, seis presidentes latinoamericanos estuvieron en San Luis: Julio María Sanguinetti, de Uruguay; Fernando Henrique Cardoso, de Brasil; Eduardo Frei Ruiz-Tagle, de Chile; Gonzalo Sánchez de Losada, de Bolivia; Juan Carlos Wasmosy, de Paraguay y el anfitrión Carlos Menem, junto al gobernador, Adolfo Rodríguez Saá.
Hemos estado por estas horas en presencia de un hecho histórico en algún sentido parecido, aunque se trate de un solo hombre, y no en estricta representación institucional. Esto fue otro tipo de celebración, un acontecimiento que alternó entre lo académico y lo social.
El entusiasmo que desbordó la capacidad del Auditorio y que obligó a trasladar el acto a la bella Juana Koslay sintetizó -tal vez sin pensarlo- esa idea de la que habla el rector Víctor Moriñigo, de sacar la universidad a la calle. Convivieron entonces dos actos: el académico y el popular, cada uno con sus formas, y no siempre coincidentes ni fáciles de manejar.
Con todo, tuvimos ante nuestros ojos a uno de esos que “arden de vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende” como escribió Galeano.
Sucede que Mujica es un humanista que pertenece a una categoría inigualable en términos de líderes latinoamericanos, sólo comparable, tal vez, a la figura ya legendaria de Fidel Castro.
Mujica es una parte viviente de la historia de Latinoamérica. Y su vida parece ir al compás del reloj biológico de este continente en el siglo pasado: hijo de inmigrantes, de familia campesina, alumno de escuela pública, joven guerrillero, preso durante casi 15 años, dirigente político y presidente de Uruguay.
Condensa como pocos el devenir de este continente a lo largo de los años, y no se nos ocurre el nombre de otro hombre político de la actualidad que pueda representar lo que simboliza Mujica. Acaso los años le reserven alguna posibilidad a Lula.
Su coherencia, su estoicismo y hasta esa imagen de abuelo sabio que proyecta funcionan como un libro sapiencial para las nuevas generaciones que lo veneran. “Es que hay carencia de abuelos” responde él en tono cómplice.
A sus 87 años, camina con su historia a cuestas y merece que se lo juzgue con la misma severidad con la que nos juzgamos a nosotros mismos. Hacerlo con otra vara sería injusto.
Ayer se fue ovacionado de San Luis. El público le reconoció su coherencia, y con cada aplauso pareció enrostrarle al resto de la dirigencia en el anfiteatro que el quiebre no es con la política, sino con ellos.
Es que no hay contradicción entre lo que Mujica dice y cómo vive, y eso es un valor que el mismo Mujica puso en el escenario con su ejemplo y con su palabra, al reclamarle a los políticos que sólo quieren ganar dinero y que no viven ni sufren lo que vive la sociedad.
“Cuando entreveramos la política con el amor por la riqueza, la cagamos. Sencillamente la cagamos. A los que les guste mucho la guita que vayan a la industria, al comercio, al trabajo, que paguen impuestos, y que les vaya bien, pero no entreveremos una cosa con la otra”, dijo sin vueltas.
Tal vez ese haya sido uno de los pasajes más celebrados por un anfiteatro colmado que pareció con cada aplauso sermonear a la dirigencia local.
Y hubo más: “Tenemos que apostar hacia el futuro, a repúblicas verdaderamente republicanas, donde nadie es más que nadie, y que el grueso de los que representan la lucha política y las ideas viven como vive la mayoría de su pueblo y no como vive la minoría privilegiada… No se puede luchar por la igualdad y mientras tanto usufructuar a cara de perro la desigualdad”.
Lo dijo Mujica, y es imposible taparse los oídos cuando el 64,3% de los niños y niñas de San Luis viven en hogares pobres, según un informe elaborado por Unicef.
La invitación a no claudicar atravesó el tramo final de su clase magistral.
“No hay cambio caído desde el cielo si no hay gente que se rompa un poco el alma por la suerte de los demás… hay que tomar partido. Tendremos mejores gobiernos en la medida que seamos capaces de luchar por ser pueblos mejores, más comprometidos con el destino esencial de nuestro futuro”.
Claramente no es fácil procesar lo que significó para San Luis su viaje para recibir el Honoris Causa que le entregó la Universidad Nacional de San Luis. Apenas uno arriesga a pensar que ya puede constituirse por mucho en el hecho político del año.
Mientras lo pensamos, mejor que suenen sus últimas palabras en el Ave Fénix: “Un último consejo de este viejo destartalado: triunfar en la vida es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae, y volverle a decir, arriba, vamos con la vida. Gracias. Hasta siempre”.