Pobres nosotros

14 de agosto de 2021
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Los errores no forzados, en clave de lectura política, que cometen los presidentes de Argentina revela la precariedad en la que estamos inmersos.

El ex presidente Mauricio Macri, en una nota en televisión en la que tenía todas las condiciones a su favor para salir bien parado, termina admitiendo, sin que nadie se lo preguntara, que su rutina diaria mientras era presidente incluía un corte total de actividades a las 19 horas para desparramarse en un sillón a ver Netflix. Nadie se lo preguntó, lo contó él.

Su sucesor, Alberto Fernández acaba de mentirnos para terminar admitiendo horas después y ante la contundencia de la prueba, que mientras nos ordenaba permanecer aislados en nuestros hogares, él se permitía reuniones sociales para celebrar el cumpleaños de su pareja.

No descubrimos nada señalando que todos los políticos tienen un muerto en el placard. Lo sorprendente es la facilidad con la que ellos mismos lo exhiben. Quizá como una característica de estos tiempos de exhibicionismo virtual.

Bill Clinton fue a juicio político por mentir, no por haber tenido sexo con una amante en el salón Oval.
Richard Nixon renunció antes de ir a juicio político porque había espiado a sus rivales, pero peor aún, por haber mentido.
Alberto Fernández violó la norma y mintió.
Claro que detrás de Clinton y de Nixon hubo pesadas acusaciones y densas investigaciones que los acorralaron, no el desatino de un “cholulo” que quiso una foto, según la excusa oficial que se reprochan por estas horas en Olivos.
Eso revela la precariedad de nuestros gobernantes. A tono en un país en donde los referentes pasaron de (ser) Borges al Dipy, Alberto hace su aporte en modo surfer, de Jauretche al peluquero de Fabiola.

Pero cuidado, porque otras veces la mentira castiga en las urnas, rápidamente.
El 14 de marzo de 2004, el presidente de España José María Aznar perdió las elecciones con José Luis Rodríguez Zapatero sólo tres días después de haber mentido, indicándole a la prensa, que la responsable del mayor atentado terrorista en España era ETA, cuando en su gabinete había suficiente información de inteligencia como para señalar que las verdaderas responsables eran células terroristas islamistas.

Los analistas políticos creen que la mentira del presidente Alberto Fernández afectará su percepción entres los indecisos, ese 35% del electorado que no forma parte de los núcleos duros que no parecen dispuestos a ceder ante ninguna evidencia, ni en uno ni en otro sentido.
La mentira de Fernández daña a la institución presidencial. Mientras una mentira de un presidente solo afecte a sus opositores y en algún grado a los indecisos, no hay destino posible.

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