El Gobernador Alberto Rodríguez Saá está desencantado con lo que ve a su alrededor y muy irascible. Ambas emociones fueron ganando terreno en los últimos días luego de un proceso de decantación que lleva su tiempo.
Siente que está parado en el centro de un espiral de desorden centrífugo.
Ese desorden, de raíz política, de falta de conducción política tiene matices que los propios ojos del oficialismo observan con mucha preocupación de cara a los desafíos que se le vienen encima. Este desorden lo perciben y lo relatan en voz baja demasiados actores.
Dirigentes que siguen esta secuencia encuentran las primeras señales en aquellas reuniones que condujeron María Angélica Torrontegui, Angela Gatto y el ministro de Gobierno, Fabián Filomena en la sede del PJ y en las que se limitaron a transmitir las órdenes de cómo Rodríguez Saá pensaba enfrentar las elecciones de setiembre y noviembre de 2021. Ambas terminarían en derrota.
En esos encuentros, los voceros oficialistas -y en especial uno lo espera de quien se desempeña como ministro de Gobierno- no mostraron ni hicieron el mínimo esfuerzo por acordar con los grupos políticos afines al Justicialismo que siempre acompañaron, aun cuando hubiera diferencias. Otra vez primó la política de la anti-política.
El clima emocional de Rodríguez Saá desmojoró cuando ya en campaña le hicieron jugar las fichas de una batalla electoral personal para conducirlo a una derrota por casi 10 puntos y para peor, en manos de Claudio Poggi.
Su asesor comunicacional le había mostrado encuestas que le auguraban un triunfo amplio en departamentos, ciudades y circuitos en donde después la derrota fue muy dolorosa. Ese engaño con la ilusión de las mediciones lo había llevado a grabar videos en los que pedía el voto en forma muy personal. Los famosos videos del “No me da lo mismo cualquier resultado” y “si votan a mis candidatos me votan a mí”. Confiaba en esas encuestas que le mostraban y estaban comprando el triunfo.
La derrota de septiembre lo obligó a protagonizar un cambio abrupto de estrategia, intentando casi una remake del 2017, y decidió salir de agenda para evitar que su imagen sufriera más daño.
Rodríguez Saá desapareció hasta de la cartelería pública y los intendentes recibieron una orden directa de municipalizar las elecciones y salvar la ropa. Desapareció su rostro de los carteles en las rutas y las calles.
Mientras, en los circuitos de los que estaban a cargo ministros y funcionarios de relevancia había una suerte de jolgorio. Así se veía en las redes, cuando esos funcionarios pensaron que ponerse a salvo en sus responsabilidades era cuestión de compartir una foto mostrándose en el territorio, aunque a veces esas fotos los pusiera en situaciones ridículas. Cocinar en merenderos, no es para cualquiera. Verlos con qué gracia lo hacían fue patético.
Rodríguez Saá advirtió esa falta de compromiso y se las recriminó en una reunión de Gabinete: “es difícil ganar la elección si sus propios familiares no nos votan” llegó a decirles.
El desorden político se hizo más evidente cuando se confirmó la testimonialidad de muchas candidaturas: María José Zanglá y Nicolás Anzulovich, tal vez las más significativas. Sin llegar al extremo de estos días en los que somos testigos de cómo la propia figura institucional del vicegobernador es deshilachada como un trapo viejo. Allí está todo el poder de esa fuerza centrífuga que destroza lo que no está en el centro mismo.
Si se puede hacer otra lectura de esa postulación -más allá de los cuestionamientos por el atropello que significa contra la instituciones- digamos que es curiosa la llegada de un nuevo integrante a un Tribunal que no significa ni le va a llevar ningún problema o riesgo al Ejecutivo. Clara evidencia entonces del desorden político reinante. Como sea, admitamos que las salidas de Natalia Zabala Chacur y de Eduardo Mones Ruiz van de la mano de los intereses del núcleo de poder de Terrazas.
No es ninguna víctima de esta situación el propio Mones Ruiz, pero hay que decir que lo expusieron y se lo están comiendo a bocaditos. El rechazo público a su postulación parece tener tantos argumentos e intensidad que empezó a rodar otro interrogante: ¿asumirá?.
También en los medios quedó en evidencia todo este desmanejo. A los amenazantes y vergonzosos llamados que recibieron periodistas de Villa Mercedes para que no hablaran “del Tema Mones Ruiz” veinticuatro horas antes de que estallara el escándalo que el propio Ejecutivo introduciría en agenda, el diputado por Pedernera Gustavo Morales aportaba a la confusión general, con un plus: unificaba a la oposición.
Morales, que reemplazó como diputado a Joaquín Surroca, -dejó su banca para convertirse en silencioso administrador de la abundantísima caja de una UPRO, sobredimensionada en su estructura y nido de ametralladora «de fuego amigo»-, dijo en un programa radial que trabaja junto a un grupo de diputados y altos dirigentes por la re-reelección de Alberto Rodríguez Saá, vía una reforma Constitucional y una consulta popular.
No solo que Morales unificó a la oposición con ese anuncio, sino que además quedó en una soledad total: ni los diputados, ni los altos dirigentes que él mencionó, salieron a acompañarlo en esa idea de la re-reelección. Nadie.
Por otro lardo es curioso porque el propio Morales se mostraba como uno de los impulsores de una eventual aspiración de Alberto Rodríguez Saá hijo a la Gobernación. Pero ahora también habla de su deseo de una re-reelección de Alberto Rodríguez Saá padre. O hijo, o padre.
Ya en agosto de 2020 Ernesto Alí había expresado su deseo de que el candidato fuera Alberto Rodríguez Saá hijo y Tona Salino salió a decir que tal vez era hora de proponer un candidato a gobernador, con la derrota en las PASO aún caliente.
Un anuncio de esas características tal vez ordenaría internamente este desorden ¿Por qué esa demora entonces? Tal vez porque aún no haya convencimiento, tal vez para evitar el “pato rengo”.
Como sea, en este nivel de desorden político ¿cómo no entender a quienes hablan de Adolfo Rodríguez Saá, pese a que -como esta página ha señalado con anterioridad- él haya concentrado todo su trabajo en una agenda nacional e internacional?. Su futuro político está más cerca del escenario nacional que del provincial.
Volvamos al resultado de las elecciones: no hubo autocrítica. Nadie se hizo cargo de la “no-victoria”, respetando el lenguaje que prohíbe hablar puertas afuera de derrota.
No hubo pedido de renuncias en el Gabinete. No hubo renuncias de ninguno de los candidatos del oficialismo que perdieron. Ni un gesto.
Sucede que todos quieren quedarse. Esa es la lógica reinante. Esposos, esposas, parejas, padres, madres, hijos, hijas, hermanos, hermanas, primos, primas, novios, novias, amigos y amigas.
Por supuesto que Rodríguez Saá lo advierte, ¡por favor!. Se da cuenta que sólo quieren sobrevivir en los pasillos de Terrazas, o donde fuera. Y lo que es peor, nadie se prepara para dar una batalla, sino para ver cómo salvan la ropa ante la posibilidad de una derrota cada vez más cercana en el calendario.
Tal vez esta metáfora infantil permita entender este desorden desde un modelo de construcción política que lleva años y años: el pastor ve venir al lobo, mira el corral y no encuentra perros pastores; sólo crió corderos.
PD. Adolfo
Falta conducción…
Lo sabemos los que recordamos el PUL…
No hay Dirigentes. Hay Candidatos…
Al Sr. Adolgo le han pegado tanto que ya no sirve más…
Que Dios Nos ayude…
Está todo por hacerse…no hay planes, ni les importa. Quieren los 300 mil por mes y nada más…
Disculpen. Respetuosamente…
Juan XXIII