El PJ de San Luis se ha acostumbrado a perder elecciones, y los sondeos previos que circulan entre algunos dirigentes vaticinan que se encamina hacia una nueva derrota.
La del domingo 26 sería entonces una más en ese derrotero, con forma de espiral descendente, por el que cae de la mano de Alberto Rodríguez Saá.
Más allá de esas previsiones, en las últimas horas comenzó a circular una foto que muestra lo que ha quedado del PJ. Es la foto que ilustra este artículo. Y es una gran imagen en el sentido que revela cómo está el partido en vísperas de un nuevo desafío electoral.
Lo que se ve es un PJ tabicado. En muchos sentidos. Apenas una parcela de aquel gran conglomerado de dirigentes y expresiones que supieron nutrir al partido que gobernó, invicto, durante décadas. Nada ha quedado de aquel músculo político.
Más aún: desde que pasó a ser oposición en 2023, perdió todos los resortes que lo sostenían —los económicos, los materiales, los funcionales—. Aquellos mecanismos que durante años lubricaron su poder —los programas sociales, las contrataciones, las designaciones, los subsidios, la obra pública— hoy ya no están a su alcance. Y sin ellos, el partido exhibe su verdadera dimensión: un aparato vacío.
Alberto Rodríguez Saá utilizó esas herramientas de modo abusivo, casi desesperado, para sostenerse en el poder durante los últimos tiempos. Las convirtió en instrumentos de su propia supervivencia, no del bien común. Y en ese juego quebró el tejido social de San Luis, instaurando relaciones de dependencia que confundieron el derecho con el favor, la política con el reparto.
Hoy, privado de esos recursos, el peronismo puntano muestra crudamente su desnudez. Su conductor no puede comprar adhesiones ni disciplinar con nombramientos. Lo que queda al descubierto no es sólo la pérdida del poder material, sino una carencia más profunda: la dirigencial.
No hay relevo, no hay discurso, no hay proyecto. Apenas fragmentos de una estructura que alguna vez fue músculo y hoy apenas respira por inercia.
Ese proceso de descomposición tiene su historia, y en esta página se han señalado más de una vez esos hechos: echó a su hermano; se rodeó de seguidores en detrimento de los dirigentes; encumbró en el partido a jóvenes funcionarios responsables de la desconexión gubernamental y corresponsables de las derrotas electorales; se abrazó al kirchnerismo con su célebre “Hay 2019”, que derivó en el gobierno de Alberto Fernández, con quien compartió un mismo barco.
Más reciente aún: Alberto Rodríguez Saá se puso al frente de la campaña del pasado 11 de mayo, y entonces el PJ perdió por la mayor diferencia en contra que se recuerde: más de 21 puntos. Tal vez esa catástrofe electoral sea el principal motivo por el cual los candidatos ahora le piden que no aparezca de cara al domingo 26.
Esa intención de esconderse y pasar desapercibido contrasta fuertemente con los movimientos de otros exgobernadores que serán candidatos en esta elección: Juan Schiaretti (diputado nacional por Córdoba), Jorge Capitanich (candidato a senador por Chaco), Gerardo Zamora (candidato a senador por Santiago del Estero) y Juan Manuel Urtubey (candidato a senador por Salta). Uno diría: distintas formas de terminar una vida dedicada a la política.
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