José Santos Ortiz le recordó a Facundo Quiroga las advertencias de que había planes para emboscarlos y asesinarlos en el camino al norte del país. Pero “El Tigre de los Llanos” no creyó ir, al decir de Jorge Luis Borges, “en coche al muere”. Así que desoyó la recomendación de reforzar la custodia o cambiar el recorrido. Pese a eso, y a que el puntano recibió la oferta de abandonar el carruaje de su jefe y escapar a caballo, se quedó a su lado. Así, el 16 de febrero de 1835, cuando mataron al caudillo riojano en Barranca Yaco, también asesinaron a Ortiz, que había sido el primer gobernador de San Luis como provincia autónoma.
A 189 años de la muerte de Santos Ortiz, su figura se realza ante la lucha de las provincias contra el centralismo porteño, por caso, cada vez que los gobernadores emprenden una pulseada contra el gobierno nacional por el reparto de la coparticipación federal.
La autonomía provincial y la autodeterminación de los pueblos están a la base del sistema federal de gobierno, consagrado en el primer artículo de la Constitución Nacional. Ortiz simboliza eso. A principios de 1820, se puso al frente del gobierno de San Luis para regir los destinos de la provincia sin estar supeditados, desde entonces, al control de otras jurisdicciones.
Tenía 50 años cuando murió. Había nacido el 1° de noviembre de 1784, en Renca. En su juventud se había ido a Córdoba a estudiar derecho. Allá conoció, conquistó y desposó a Inés Vélez Sarsfield, hermana de Dalmacio, quien llegó a ser notable jurista y autor del Código Civil de la República Argentina.
De regreso a San Luis, se involucró en la producción ganadera que ya llevaba adelante su familia y también en la actividad política, lo mismo que su primo, José Lucas Ortiz, quien fue el primer teniente de gobernador de San Luis.
El gobierno de la Revolución de Mayo creó la Gobernación de Cuyo y puso a cargo a José de San Martín. Como el gobernador residía en la capital, Mendoza, en las otras dos capitales provinciales había que nombrar un teniente de gobernador. En San Luis fue designado José Lucas, quien en 1814 fue reemplazado por el porteño Vicente Dupuy, elegido por el gobierno de Buenos Aires para colaborar con San Martín en la preparación de la campaña libertadora a Chile y Perú.
La gestión de Dupuy como teniente de gobernador en San Luis se terminó seis años después, en los primeros días de 1820, “el año de la anarquía”, cuando cayó el Directorio de las Provincias Unidas, el gobierno de una nación que todavía estaba en ciernes.
La ocasión fue propicia para que varias provincias asumieran su autonomía –soberanía, la llamaron en esa época–, la que conservan hasta hoy gracias a que lograron consagrarla en la Constitución Nacional, en 1853, al establecer el sistema federal de gobierno. El derecho a que su propia población elija a su gobernador y a darse una Constitución provincial y otras leyes propias, es decir, que jurídicamente se hayan constituido como estados interiores, es la manifestación más ostensible de esa autonomía.
Allí emergió la figura de Santos Ortiz. Caído el Directorio, Dupuy quedó sin sustento. Los vecinos ejercieron el derecho de elegir quien los gobernara. El cabildo de la ciudad reasumió el gobierno. Ortiz fue elegido alcalde de primer voto y, por lo tanto, presidente del cuerpo. Poco después asumió el cargo de gobernador a título personal.
Tiempos convulsos
Ya a principios del año siguiente, Ortiz debió ponerse al frente de la defensa de la ciudad, ante la invasión de montoneras dirigidas por el renegado chileno José Miguel Carrera.
Cuando el país se debatía en la disputa por un sistema unitario o el federalismo, Ortiz convocó a las vecinas cuyanas, para firmar un acuerdo regional de cooperación y defensa mutua. Así fue como suscribieron, el 1° de abril de 1827, el Tratado de Guanacache, que Ortiz preveía como el inicio de un plan para convocar en San Luis al congreso constituyente que debería sancionar la Constitución que organizara el país bajo el sistema federal.
Cuando terminó su mandato en 1829, Santos Ortiz viajó a Buenos Aires a reclamar dineros adeudados a la provincia. Así fue como terminó convirtiéndose en el secretario de Facundo Quiroga para la misión de lograr la paz entre Salta y Tucumán, enfrentadas.
Ya cuando pasaron por Córdoba hacia el norte sabían que atentarían contra la comitiva para matar a Quiroga –por orden de los hermanos Reynafé, que gobernaban en Córdoba y odiaban al riojano, decía la información, aunque las sospechas salpicaron también a Juan Manuel de Rosas–.
Facundo menospreció los alertas. “No ha nacido todavía el hombre que ha de matar a Facundo Quiroga. A un grito mío esa partida se pondrá a mis órdenes”, dijo. Pero eran fundados: cuando volvían los emboscaron en el norte cordobés, a Quiroga le pegaron un balazo en un ojo y a Ortiz lo apuñalaron en el pecho. También mataron al resto de la comitiva, incluido un chico de 12 años. Solo se salvaron un correo y un ordenanza que iban más atrás y, al ver el ataque, se escondieron en el monte, desde donde vieron la matanza.
Sin ser el destinatario real de la masacre, allí fue sacrificado el puntano que fue el primero en tomar las riendas de la provincia, en defensa de su autonomía, derecho que quedaría respaldado por la Constitución treinta y tres años después.
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Este artículo fue publicado originalmente en el diario Todo Un País