“Perdimos todos un gran maestro. Fue un gran periodista, fue un tipo que amaba esta profesión, fue un tipo de un humor extraordinario, un tipo de una extraordinaria cultura que como toda gente culta no la exhibía, la compartía. No puedo recordarlo sino por su talento, por su capacidad, por su calidad técnica que incluso repartió y la verdad es que fue pilar del periodismo exitoso de los años 70 de Argentina”.
Así recordó al “Pingüino” Alfredo Serra, un maestro y amigo de esta página que compartió con él años de redacción, aprendizaje, amistad y tal vez alguna botella de champagne en Zum Edelweiss, ese “mojón de la vida gastronómica, social y cultural de la ciudad” de Buenos Aires, en Libertad al 400.
Serra, “Pingüino” para sus amigos, murió este jueves a los 81 años. Fue redactor Jefe General de Editorial Atlántida, símbolo de la revista Gente, y escribió en Infobae.
Consagró su vida al periodismo.

En 2015, editorial Planeta editó cincuenta y siete de sus grandes historias bajo el título “El solitario no baila la rumba”. Este es su prólogo:
“Yo, Alfredo Serra, nací en Buenos Aires. Olvidemos el año. Fue un 29 de mayo. Bajo Géminis, por si algún lector cree en los horóscopos. Salvo un remoto pasado bancario, nunca fui otra cosa que periodista. De gráfica (periodismo escrito): de los casi cero mediáticos. Todo –elogios y puteadas- vive y muere pronto entre las paredes de una redacción. Nunca quise otra cosa, pese a tentadoras ofertas para poner cara y voz. Será mi zona neurótica… Mi currículum, a pedido de la universidad (UCA) en la que fui profesor durante veinte años, tiene siete mil caracteres. Como diría mi amado Borges, “un abuso de la democracia”. Y un pelotazo para el lector. Barrio natal: Núñez. Dato irrelevante: todos nacimos en un barrio. Mi oficio implicó varias vueltas al mundo. Algunas, en exóticas latitudes. Me preparé para ser crítico de cine y teatro, pero el naipe y/o el destino me lo negaron. En verdad, lo agradezco. Gané algunos premios: mejor nota escrita, mejor columna, mejor investigación. Acaso merecidos. Pero sin olvidar las ácidas palabras de Conrado Nalé Roxlo, exquisito poeta y periodista. Un día, sin conocerlo, en la biblioteca de Argentores, le pedí un cigarrillo. Respuesta: “Cómo no, mi amigo! En este país, un cigarrillo y una faja de honor de la SADE no se le niega a nadie”. Todo lo demás, esta aventura memoria que Planeta me hizo el honor de editar, transcurre en estas páginas. Si alguna asombra, hace reír o derramar una furtiva lágrima, me doy por muy bien servido. Chau”.
En las páginas de ese libro, entre las fotos de criminales nazi a los que Serra fotografió y/o entrevistó en Miramar en 1975 y en Paraguay; entre sus recuerdos de Saigón en junio de 1968; junto a Christian Barnard en Lisboa; en Malvinas en 1975; detrás de López Rega en Trípoli en 1974; entre las fotos del cara a cara con el criminal nazi Klaus Altmann en 1972 en Bolivia; o en marzo del 73 junto a los restos del avión de los rugbiers uruguayos que se precipitó en los Andes; hay lugar para una foto y una historia de Serra en San Luis.

El epígrafe de esa imagen dice lo siguiente:
“En San Luis y casi por casualidad, encontré a Viernes Scardulla, que en los años 30 tuvo en vilo al gobierno y al público por su presunto hallazgo del tesoro del virrey Sobremonte. Una superchería urdida por el rey de los fabuladores. Viejo ya, vivía oculto en una casa de las afueras de la capital puntana, temeroso de que el Diablo se lo llevara”.
Ese imperdible capítulo, la historia número 51 del libro, se llama “El octavo, no mentirás”.
Serra cuenta lo que le dice Scardulla en su casa de San Juan al 830 en la ciudad de San Luis. Que le habla del tesoro, que es manosanta, jugador de naipes, más químico que un químico, más médico que un médico, que una vez hizo saltar la banca en la ruleta de Miramar, que fue cuidador de caballos de carreras, y tanta otras cosas. Serrá dice que se va sin creerle. Que tenía una hija, y que tenía un nieto que se llama Daniel.
Eso es verdad.
No había leído esta verdad sobre Daniel, Daniel.